Carlos fue como todos los días a revisar las instalaciones de la parada del tren de Andrómeda. Helena solía llegar con su tren a eso de las 17:21, minuto arriba minuto abajo.
Cuando Patiño hacía sonar el silvato Carlos subía al tren de la línea 9 y comenzaba a recorrer los vagones uno a uno. Hubo un tiempo en que iba con prisas, pero poco a poco se dio cuenta que Helena tenía su propio tempo.
Ella terminaba su turno a esa hora y le dejaba el mando del tren a su compañero Luis. Aunque con los problemas que ha habido en Renfe últimamente, las horas extras y los cambios de horario eran el pan de cada día. «Hoy por ti, mañana por mi», solía decirle Luis a Helena. El trabajo no estaba para quejas, ella solía hacer de tripas corazón y las horas extras, que mal no venían a fin de mes, se iban acumulando.
Carlos siempre se fijaba en la parada de Fuencarral, por ver si ese día Helena cumplió su horario normal y bajó en esa parada. Solía verla allí esperando, con el iPod rosa en la mano, o preparada para leer algún libro. Al parar el tren solían tener tiempo para charlar unos segundos, muchos menos que los días que el turno de Helena se alargaba y se encontraban en mitad de un vagón, en mitad del trayecto a casa.
Aquel era uno de esos días. Estaban llegando a Hospidalet cuando se encontró con la sonrisa cansada de Helena. Carlos, y cualquiera que prestara atención, podía ver que no fue el mejor de los días de su amiga. Un saludo discreto y comenzaron a charlar como siempre, que si el trabajo, que si el tiempo, que si el mundo…. había días que los temas eran intrascendentes y espesos, como si no tuvieran nada que decirse, otros en cambio eran igualmente intrascendentes pero la conversación discurría entre risas, tonterías y sonrisas cómplices. Los menos, eran aquellos donde lo personal hacía presencia. Estos últimos eran cada día más escasos, ambos los evitaban si podían.
Ese lunes ninguno de los dos habló del flexo, ni ella habló sobre el señor de su castillo, la conversación discurrió encorsetada, como si ambos tuvieran el freno pisado sobre sus sentimientos. Carlos trataba siempre de que no se le notase, ella también. Era como si los dos tuvieran que fingir una normalidad que, aunque ambos muchas veces deseaban, nunca era tal.
Siguiendo con esa pose de indiferencia controlada, Carlos le anunciaba a Helena que se tenía que bajar en la Zona Franca. Ambos sabían que no era necesaria esa inspección, y que si el se apeaba por aquellas latitudes cercanas a su casa, pero no en Andrómeda, era porque allí la esperaba Hector. Estaba cansado de tener que saludarlo mientras la besaba cariñosamente y luego escuchar un adiós fugaz mientras los perdía de vista en aquel Volvo guinda. Prefería andar en solitario hasta casa. Ella no lo entendía.