Carlos esperó unos segundos en la puerta del súper, sacó el móvil y se quedó pensativo. Sus amigos le solían llamar la atención por ese compulsivo hábito de mirar el móvil cada 2 minutos. Al entrar cogió un carrito y comenzó a recorrer los semidesiertos pasillos. Era ya tarde y por megafonía avisaron a los estimados clientes que fueran dandose prisa en gastar sus ahorros.
Dobló la calle dulces para dirigirse a limpieza y se encontró de frente a Helena. Carro con carro. Ella sonrió y le dijo «vaya! que casualidad». Aquel no era el supermercado habitual de ninguno de los dos. «Será el destino…» respondió sonriendo y con cierta ironía Carlos.
No tenía nada que ver con la casualidad, no hubo azar, él la siguió buscando el encuentro. Sabía de las creencias esotéricas de Helena y más de una vez trató de forzar situaciones para que la falsa conjunción de astros hiciera pensar a su amiga. El sabía que era un poco tramposo aquello, pero era una forma más de hacer que pensase en el y tener unos minutos con ella.
Siguieron comprando juntos. Helena vestía una blusa muy escotada y -nuevamente- por casualidades del destino tenía que agacharse siempre delante de Carlos a mirar los precios del estante inferior. Ella también sabía jugar sus bazas, conocía muy bien las debilidades de su compañero de compras. No podía evitar una sonrisa pícara al volver a incorporarse y mirarle a la cara. Pero ella no se conformaba con poco, le gustaba jugar con el y ponerlo nervioso. Mientras continuaban hablando se acercó al arroz y con poco disimulo rozó sus pechos con los brazos de el. «Disculpa» le dijo. Carlos también quiso poner de su parte. Se inclinó hacía ella y le susurró al oído tres palabras. El brillo en los ojos de Helena era evidente, se hizo un pequeño silencio y ambos se dieron cuenta que sus pensamientos en aquellos momentos coincidían totalmente. Carlos se acercó invadiendo el espacio vital de Helena, estaban frente a frente. En aquel preciso momento, esta vez si por puro azar, bajaron la intensidad de las luces invitando a ir saliendo a los clientes. Ellos no lo tomaron exactamente en ese sentido.
Ella lo miró con fuego en los ojos y el no pudo más que dejarse llevar. Puso suavemente sus manos en la cintura de ella y, algo brusco, la acercó para besarla con esa pasión típica de los pasillos de supermercado con luces a medio gas. El beso los encendió a ambos, no pudieron detenerse ahí. Carlos deslizó sus manos bajo la blusa y esta vez si suavemente, acarició el cuerpo de Helena hasta hacerla estremecer. Ella no podía contenerse, pegaba su cuerpo al de el y disfrutaba del sexual roce. Sentir la calentura de Carlos hacía cada vez más dificil parar aquello. Ella comenzó a abrir los botones del pantalón de el, ya no era consciente de donde estaban, el también se estaba dejando llevar, pero miro a su alredor y al ver una puerta cercana fue llevando entre empujones a Helena, hasta conseguir entrar en aquel pequeño almacén. Cerrada la puerta, ahora si que no había quien parara aquello.