Azalean idatzita

 

Sentimenduak igotzen doaz
bihotzetik burura,
garunetik begietara
malko bat ez da hasiera
ez eta amaiera
dei batek asko esan nahi du
haren gabeziak gehiago
itxaropena tanttaka hustutzen
amore eman ezinik
ordularia beti zelatan
beste baten ohean etzanda
mina gordin azalean
amaiera baten zain
olerkiaren bukaerarekin
guztiaren azken puntua ?
idazteak ez du ezer egi bihurtzen

Besteen argazkiak aurrean
euren muxuak nere dardarra
nik ere argi printz bat nahi det
ez al dut merezi?
hiesi egin nahia
barnetik zein kanpotik
dana atzean utzita
bizi berri bat antzeman
benetan ni maiteko nauena aurkitu
ez besteren besoetan dagoena
ez besteren maindiretan
ez besteren laztanetan
lehen urruti, orain gutxi ez
ta beste bira bat sokari
bihotzaren soka mingarria
eztarrian lotuta

 

«Samurragoa da galerna
hondoratzera goazela irri egiten badugu»


Lori

Centerfield

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Uniendo puntos

 

El otro día salí de la ducha y tuve una revelación. Uy, como suena eso. Bueno, una pequeña revelación. De hecho, como buen blogger, pensé en escribirla aquí. Luego la dejé pasar, pero hoy ha vuelto a mi mente. Estaba en la ducha dando muchas vueltas a mi cabeza, demasiadas…. hasta que llegó un momento en el que me cansé, lo curioso es que fue de repente. Como un interruptor, quizás por eso fue como una revelación. Dejé de pensar. Si, parece una tontería, pero así fue, dejé de escuchar a mi mente por un momento. No me convertí en un robot, me estaba secando, sentía el tacto de la toalla, las gotas en mi cuerpo, el olor del gel de baño… el caso es que sentí paz interior. Fueron segundos, tal vez un par de minutos, pero fue pasar de un estado de angustia a todo lo contrario, por eso me hizo reflexionar.

Hoy estaba tomandome un café leyendo el periódico. En la contraportada había un artículo de opinión. Comenzaba hablando algo de internet, así que seguí leyendolo, hablaba sobre un vídeo que le había llegado por email (el enlace supongo) de una charla de un tipo. Ahora que lo he encontrado online (artículo en cuestión en euskera), recuerdo que también me ha intrigado su título (El poder del presente). Más de una vez la mongolita compañera de blog y servidor hemos discurrido por ese asunto del presente. En el vídeo ese de dos horas el tal Tolle explica su teoría. Que no debe ser muy sencilla si se tira dos horas explicandola…


Quien busca a quien

Carlos esperó unos segundos en la puerta del súper, sacó el móvil y se quedó pensativo. Sus amigos le solían llamar la atención por ese compulsivo hábito de mirar el móvil cada 2 minutos. Al entrar cogió un carrito y comenzó a recorrer los semidesiertos pasillos. Era ya tarde y por megafonía avisaron a los estimados clientes que fueran dandose prisa en gastar sus ahorros.
Dobló la calle dulces para dirigirse a limpieza y se encontró de frente a Helena. Carro con carro. Ella sonrió y le dijo «vaya! que casualidad». Aquel no era el supermercado habitual de ninguno de los dos. «Será el destino…» respondió sonriendo y con cierta ironía Carlos.
No tenía nada que ver con la casualidad, no hubo azar, él la siguió buscando el encuentro. Sabía de las creencias esotéricas de Helena y más de una vez trató de forzar situaciones para que la falsa conjunción de astros hiciera pensar a su amiga. El sabía que era un poco tramposo aquello, pero era una forma más de hacer que pensase en el y tener unos minutos con ella.

Siguieron comprando juntos. Helena vestía una blusa muy escotada y -nuevamente- por casualidades del destino tenía que agacharse siempre delante de Carlos a mirar los precios del estante inferior. Ella también sabía jugar sus bazas, conocía muy bien las debilidades de su compañero de compras. No podía evitar una sonrisa pícara al volver a incorporarse y mirarle a la cara. Pero ella no se conformaba con poco, le gustaba jugar con el y ponerlo nervioso. Mientras continuaban hablando se acercó al arroz y con poco disimulo rozó sus pechos con los brazos de el. «Disculpa» le dijo. Carlos también quiso poner de su parte. Se inclinó hacía ella y le susurró al oído tres palabras. El brillo en los ojos de Helena era evidente, se hizo un pequeño silencio y ambos se dieron cuenta que sus pensamientos en aquellos momentos coincidían totalmente. Carlos se acercó invadiendo el espacio vital de Helena, estaban frente a frente. En aquel preciso momento, esta vez si por puro azar, bajaron la intensidad de las luces invitando a ir saliendo a los clientes. Ellos no lo tomaron exactamente en ese sentido.

supermercado
Ella lo miró con fuego en los ojos y el no pudo más que dejarse llevar. Puso suavemente sus manos en la cintura de ella y, algo brusco, la acercó para besarla con esa pasión típica de los pasillos de supermercado con luces a medio gas. El beso los encendió a ambos, no pudieron detenerse ahí. Carlos deslizó sus manos bajo la blusa y esta vez si suavemente, acarició el cuerpo de Helena hasta hacerla estremecer. Ella no podía contenerse, pegaba su cuerpo al de el y disfrutaba del sexual roce. Sentir la calentura de Carlos hacía cada vez más dificil parar aquello. Ella comenzó a abrir los botones del pantalón de el, ya no era consciente de donde estaban, el también se estaba dejando llevar, pero miro a su alredor y al ver una puerta cercana fue llevando entre empujones a Helena, hasta conseguir entrar en aquel pequeño almacén. Cerrada la puerta, ahora si que no había quien parara aquello.


La parada siguiente

Carlos fue como todos los días a revisar las instalaciones de la parada del tren de Andrómeda. Helena solía llegar con su tren a eso de las 17:21, minuto arriba minuto abajo.
Cuando Patiño hacía sonar el silvato Carlos subía al tren de la línea 9 y comenzaba a recorrer los vagones uno a uno. Hubo un tiempo en que iba con prisas, pero poco a poco se dio cuenta que Helena tenía su propio tempo.
Ella terminaba su turno a esa hora y le dejaba el mando del tren a su compañero Luis. Aunque con los problemas que ha habido en Renfe últimamente, las horas extras y los cambios de horario eran el pan de cada día. «Hoy por ti, mañana por mi», solía decirle Luis a Helena. El trabajo no estaba para quejas, ella solía hacer de tripas corazón y las horas extras, que mal no venían a fin de mes, se iban acumulando.
trenes
Carlos siempre se fijaba en la parada de Fuencarral, por ver si ese día Helena cumplió su horario normal y bajó en esa parada. Solía verla allí esperando, con el iPod rosa en la mano, o preparada para leer algún libro. Al parar el tren solían tener tiempo para charlar unos segundos, muchos menos que los días que el turno de Helena se alargaba y se encontraban en mitad de un vagón, en mitad del trayecto a casa.

Aquel era uno de esos días. Estaban llegando a Hospidalet cuando se encontró con la sonrisa cansada de Helena. Carlos, y cualquiera que prestara atención, podía ver que no fue el mejor de los días de su amiga. Un saludo discreto y comenzaron a charlar como siempre, que si el trabajo, que si el tiempo, que si el mundo…. había días que los temas eran intrascendentes y espesos, como si no tuvieran nada que decirse, otros en cambio eran igualmente intrascendentes pero la conversación discurría entre risas, tonterías y sonrisas cómplices. Los menos, eran aquellos donde lo personal hacía presencia. Estos últimos eran cada día más escasos, ambos los evitaban si podían.


La luz en las almenas

Helena apagó y encendió su flexo en la ventana a la hora de siempre, escuchaba el sonido del interruptor al apagar y encenderlo, a veces lo apagaba y encendía dos veces, otras tres o cuatro… el número de flashes no era baladí, tenía su significado. Aquella noche quería escuchar la voz de Carlos, su lejano y cercano amigo.señales

Unos instantes en la ventana, con la mirada fija hacia la oscuridad de la noche. Pese a ser algo que venía haciendo desde hace casi un año, siempre sentía algo especial durante aquellos segundos que transcurrían hasta que a lo lejos veía como se encendía una pequeña luz. Diminuta, casi nadie se daría cuenta de ella, pero para Helena brillaba más que la hoguera de San Juan.

Carlos, tras encender uno de los mecheros que tiene guardados desde que dejó el vicio del cigarro, se levantó y miró a lo alto de la torre de Helena. Muchas veces había pensado en que aquello era un castillo, de esos medievales con almenas y todo, y que allí se encontraba una princesa inaccesible. Con la mirada en el noveno B, -no ve, no ve- casualidades del destino en el que Carlos no creía, esperaba con un sabor entre dulce y amargo el posible eco de aquel querido y maldito flexo.


Luz roja

Desde lejos, pero no lo suficientemente lejos como para no poder adivinar la tenue luz roja del noveno piso de la torre Magdalena. Carlos sabía que allí estaba Helena, y no precisamente sola. Era en aquellos momentos cuando no podía evitar que se le escaparan algunas lágrimas de tristeza, que bajando por sus mejillas acababan cayendo suavemente al suelo mientras sus ojos no podían dejar de mirar a lo alto del edificio.

De pie, frente a la persiana entreabierta, daba vueltas a su último encuentro con Helena. A esas miradas de complicidad que nunca faltaron desde que se conocieron.

Ella en cambio, al mirar desde su ventana solo veía oscuridad, imposible adivinar el brillo en los ojos de Carlos…. se estaban mirando el uno al otro, pero estaban demasiado lejos para poder verse.

carlos


Contagia alegria

Mongolita me pasó un powerpoint de esos de «autoayuda». Entre las frases que aparecen tras las típicas cortinillas me quedó en el recuerdo una: Aléjate de las personas tristes. Como demonios! … aléjate de los pobres si quieres ser rico, aléjate de los perdedores si quieres ganar, aléjate de los moribundos si quieres vivir, aléjate del hambriento si deseas mantener tu comida, aléjate del loco si quieres mantener tu cordura, aléjate de los enfermos si no quieres contagiarte….

No hay mayor alegría que contagiarla a las personas que se sienten tristes. Merece la pena arriesgarse.

Contagiar alegría